Perfiles del Mayab: Manu Fajardo, comunicador escénico



El semáforo marcando luz verde. Siete con once de la mañana. Te detienes para comprar una cajetilla de cigarros aunque no fumas, ni siquiera quieres hacerlo. Revisas el cambio…

Es el comienzo de la canción Stay-faraway, so close del grupo de rock irlandés U2, compuesta para formar parte de la banda sonora de la cinta Tan lejos, tan cerca (1993) del cineasta alemán Wim Wenders. También podría ser un apropiado inicio para describir esos días buenos que se han tornado grises y esas noches que ya no son suficientes para resarcir el daño después de cada jornada. El instante en que dejamos de percibirnos en primerísimo primer plano; cuando uno, perdido entre todos, piensa en lo triste que es repetirse con la misma historia y se pregunta si, acaso, la vida se trata de algo más que el semáforo marcando luz verde a las siete con once de la mañana.

Cierto día uno decide cambiar. Puede ser cualquier día, de cualquier año, en cualquier momento. No se trata de moverse porque sí, sino de agitar el cuerpo desafiando el estado de reposo para salir a buscar eso, si la vida se trata de algo más. Manuel “Manu” Fajardo lo hizo, en 2008 dejó su tierra, uno de los 18 países megadiversos, la República Bolivariana de Venezuela en la América del Sur. Dejó el territorio amerindio y la música llanera, dejó la economía basada principalmente en la extracción y refinación de petróleo, dejó el mar caribe con sus archipiélagos, islas y cenotes, dejó las selvas nubladas de la cordillera de los Andes, dejó el crisol cultural que representan los grupos indígenas, africanos y europeos, dejó el suelo en el que nacieron literatos como Andrés Bello, donde se cultiva la orquídea y donde crece el araguaney. Dejó una vida para inventarse otra.

Así llegó a México pensando en alcanzar los Estados Unidos. Y así llegó a Mérida, Yucatán, pensando que sería una escala en el camino; sin embargo, se afincó aquí y como consecuencia, ahora nos encontramos conversando en La Casa del Té, un ecléctico y concurrido lugar en el centro histórico de esta capital. Manu tiene 35 años, comenzó estudiando teatro y al final se decidió por la danza. Podría decirse que es bailarín, pero su gama de habilidades e intereses, hacen que prefiera referirse a sí mismo como comunicador escénico. En fecha reciente participó en el montaje de “La Danza de los Wáay”, obra hablada en maya que se presentó en el teatro Felipe Carrillo Puerto de la UADY y hace unos días, ofreció en Tapanco Centro Cultural, A.C. una peculiar performance basada en la improvisación. Manu mueve el cuerpo con la agilidad y soltura de una culebrilla, pero lo que en verdad seduce, es la capacidad que tiene para dinamizar su espíritu, en constante meditación.

© Gloria Serrano

Entablar un diálogo real con el espectador para construir juntos la escena a partir de reconocer la relación que cada uno tiene con “el cuerpo”, es su premisa fundamental. Manu es un verbo en infinitivo, su ser completo manifiesta acción sin que lo determine ningún tiempo. Permanecer, participar, atender, percibir y contemplar, son elementos a través de los cuales intenta llevar a su público a otro estado de conciencia para brindar una experiencia física y mental. No se trata de comprender sino de sentir, de trasladarse, de intercambiar roles hasta dudar quién realmente está mirando a quién. En 2014, con recursos provenientes del FONCA, comenzó a conceptualizar esta idea teniendo como guía las enseñanzas del bailarín y coreógrafo danés Jeremy Nelson, quien en la actualidad se desempeña como director de la Escuela Nacional de Teatro y Danza Contemporánea de Dinamarca.

Darle vueltas al día y a la noche con la mirada fija en el teléfono celular, cometer idéntico el error, seguir machacando la misma forma de ser y de pensar, caminar como si se llevara sobre los hombros una pesada piedra, convertirse en una elocuente representación de Sísifo. Esto es lo que Manu desea evitar a toda costa a través del arte. Su planteamiento es simple: “recuperar la esencia de la danza en su estado más puro, reconciliarse con el cuerpo y activar la mente”; repintar los sueños con intensos colores, volver a sentir coraje, ganas de no perder la vida sumergidos en la inercia de un mundo sobreexpuesto a la tecnología, en el que las horas transcurren largas y lentas. Pero no solo eso, este creador tiene muy claro que las manifestaciones artísticas también deben dar voz a los acontecimientos sociales.

Su inquieta cabeza piensa en otros asuntos, por lo que nuestra charla se extiende para hablar de gestión cultural, de los apoyos gubernamentales a la creación artística como un derecho, aunque no una tabla de salvación; del acceso a la cultura como una legítima necesidad de los ciudadanos; de la importancia de respaldar el acto creativo con mayor investigación y de profesionalizar  el trabajo cotidiano sin convertirlo en mercadería. Manuel “Manu” Fajardo es miembro de Tumàka’t Danza Contemporánea. Este mes, con sus compañeros, viajará a Panamá para escenificar la obra “Buenas intenciones en 01:19:00” y al regresar, se desplazará a la Ciudad de México en busca de otros espacios, íntimos y alternativos, donde exhibir su talento improvisatorio. “En el teatro descubrí mi personalidad y luego, la danza”, concluye.

Ávido de expresarse, con los nervios del que se regocija haciendo lo que más disfruta, sereno más nunca estático, profundo en sus ideas pero jamás concluyente, de mirada limpia y cabellos alegres como las hojas de una palmera. Así es Manu, un hombre consciente de que mudar, correr, estimular, circular, son el comienzo de un ejercicio introspectivo mayor. Escribió el poeta andaluz Juan Vicente Piqueras Para cruzar este íntimo desierto / hace falta querer, tener que, decidir / echarse a andar y no mirar atrás, / no cejar, no tener otro remedio”. Para abandonar el entumecimiento físico, intelectual o social, o para hacer lo que Manu hizo, también. 

© Gloria Serrano

Addendum: Tan lejos, tan cerca, es la continuación del film El cielo sobre Berlín o Las alas del deseo (Wenders, 1987). Ver cualquiera o ambas películas, permite apreciar aún más las renovadas propuestas de artistas como Manu Fajardo. Después de todo, solo es cuestión de recordar que el ser humano tiene entre sus órganos, uno del tamaño de nuestro puño cerrado, pequeño, pero capaz de desencadenarlo todo: el corazón. 

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