México, hagamos silencio




Dijo Wittgenstein: “El saludo entre filósofos debería ser: “¡Date tiempo!”. El tiempo es condición para pensar.

Hay quienes nacimos con genuina vocación de juglar, de painanis o de yziucatitlantis aztecas, de chasquis incas. Somos sujetos cuyas ansias de comunicar son tan monumentales, que por eso escribimos en periódicos todavía impresos, en redes sociales, en blogs personales y en diversas publicaciones digitales. Pero eso no basta, necesitamos irremediablemente seguir narrando la vida como si las demás personas fueran incapaces o estuvieran impedidas para hacerlo por sí mismas. O quizás porque pensamos que la memoria es importante y el olvido terrible, o solo porque, como a Chavela Vargas, nos da la gana. Por eso también dejamos notas y redactamos cartas y correos electrónicos; por eso escribimos afanosos en la computadora y en el teléfono, también en libretas, en hojas sueltas, en los márgenes de los libros, en el coche, en la calle en…donde podemos y en donde nos lo permiten.

Alfredo Corchado, en su libro “Medianoche en México, el descenso de un periodista a las tinieblas de su país” (Random House Mondadori, 2013), afirma haberse infectado con esta, “la enfermedad incurable del periodismo”. Y la periodista argentina Leila Guerriero, describe mejor que ninguna lo que considera un síndrome:

“Éramos jóvenes tóxicos, intoxicados por el opio de las frases, cazadores de adjetivos, adictos al perfume de los alejandrinos y los yámbicos. Sabíamos -a los 10, a los 12- el significado de palabras como “carámbano” o “unción”. Nos deleitaba la posibilidad de usar, alguna vez, la palabra “lóbrego”.

Sin embargo, he de decirles que ayer experimenté un justificado zarandeo, un enérgico golpazo que dejó conmocionado mi orgullo profesional y herido el obcecado amor con el que abrazo las palabras, esas que ahora se pierden entre tantas imágenes. Y me tragué el anzuelo. Ocurrió cuando leí que para la controvertible escritora Susan Sontag y el insubordinado filósofo Henry David Thoreau, ambos estadounidenses, el silencio es otro discurso, una forma distinta de dialogar con el mundo y engrandecer la conversación dando espacio a que el pensamiento se desdoble. Eso me llevó luego al poema "Pido silencio" de Neruda y enseguida, a detenerme para contemplar, deliciosa y retorcidamente cautivada, el siguiente verso: "Nunca me sentí tan sonoro, nunca he tenido tantos besos". Sonoro, qué bello y potente se escucha este término aplicado justo a la ausencia de sonido, ¿no les parece?

Así decidí escribir lo que están leyendo y, por primera ocasión, regalar a nuestros lectores silencio en vez de palabras o, más bien, regalarles esas mismas palabras ahora envueltas en silencio. Hoy escuché decir a cierta persona que no hay palabras inocentes, tal vez silencios tampoco. En México necesitamos con urgencia acallar por un instante nuestras indignadas voces; no con intención de censura, por pérdida de memoria o indicativo de derrota, pero sí como un niño que sigiloso permanece a la orilla del río para escuchar lo que dice la corriente. Para asimilar el daño, para poner en marcha nuestra capacidad de ser y seguir, para darnos permiso de nacer.

Pido Silencio

Ahora me dejen tranquilo.
Ahora se acostumbren sin mí.

Yo voy a cerrar los ojos
Y sólo quiero cinco cosas,
cinco raices preferidas.

Una es el amor sin fin.

Lo segundo es ver el otoño. 
No puedo ser sin que las hojas 
vuelen y vuelvan a la tierra.

Lo tercero es el grave invierno, 
la lluvia que amé, la caricia 
del fuego en el frío silvestre.

En cuarto lugar el verano 
redondo como una sandía.

La quinta cosa son tus ojos, 
Matilde mía, bienamada, 
no quiero dormir sin tus ojos, 
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera 
porque tú me sigas mirando.

Amigos, eso es cuanto quiero. 
Es casi nada y casi todo.

Ahora si quieren se vayan.

He vivido tanto que un día 
tendrán que olvidarme por fuerza, 
borrándome de la pizarra:
mi corazón fue interminable.

Pero porque pido silencio 
no crean que voy a morirme:
me pasa todo lo contrario:
sucede que voy a vivirme.

Sucede que soy y que sigo.

No será, pues, sino que adentro 
de mí crecerán cereales, 
primero los granos que rompen 
la tierra para ver la luz, 
pero la madre tierra es oscura:
y dentro de mí soy oscuro:
soy como un pozo en cuyas aguas 
la noche deja sus estrellas 
y sigue sola por el campo.

Se trata de que tanto he vivido 
que quiero vivir otro tanto.

Nunca me sentí tan sonoro, 
nunca he tenido tantos besos.

Ahora, como siempre, es temprano. 
Vuela la luz con sus abejas.


Déjenme solo con el día. 
Pido permiso para nacer.

Artículo originalmente publicado en Homozapping, el 18 de septiembre de 2015.

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