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Mostrando entradas de marzo, 2016

Metáforas del Periodismo

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© G. Serrano. Durante mi visita a Huesca, en el marco de la XVII edición del Congreso de Periodismo Digital , al finalizar mi charla sobre periodismo cultural, la Asociación de Profesionales de la Cultura de Aragón (PROCURA) me obsequió este recipiente de barro: poroso, típico de la cultura española, diseñado para conservar fresca el agua. Es un objeto, un recuerdo, claro, pero también una metáfora -un recordatorio- del periodismo que ofrece, que convida, que da de beber....palabras. © G. Serrano. "Escriure es cosir, refer de la realitat, sanar ferides", leí en algún lugar.  Escribir es coser, referir la realidad, sanar las heridas , escribió Louis Bourgeois. Coser, unir, combinar. La escritura como un acto de unión: Imagen: Librería La Central Callao, Madrid. Bienvenidos a este blog...

Mexicanas que aman volar (I): Roxana Allison

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Roxana Allison, todos los derechos reservados ©.  In memoriam Berta Cáceres , activista hondureña. De ninguna manera afirmo que haya otras mexicanas que no amen volar; quizás sí, no lo sé, cómo saberlo. Es solo que ellas, de quienes quiero hablarles, aman volar al modo de Clarice Lispector cuando manifiesta -con esa rabia tan apacible que desarma- “me puedes hasta empujar de un acantilado que yo voy a decir: ¿Qué más da? ¡Amo volar!”.  O cuando descubre que “crear de uno mismo un ser es muy serio” y agrega: “estoy creándome”. Pero son más las que, como Clarice o como ellas, de quienes quiero hablarles, hacen estallar su voz en el viento de muy diversas formas, aunque a veces la sociedad no quiera escucharlas, aunque alguien grite más fuerte para acallar la estruendosa potencia de su “felicidad diabólica” (Lispector dixit), aunque no aparezcan en las primeras planas de los periódicos como Hillary Clinton o Adele, aunque solo sean 250 de 17,000. 250 grafitis de 17

La solitaria de Alberto García-Alix

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© G. Serrano. “Para sobrevivir tengo que contar historias”, expresó Umberto Eco, el autor del, quizás, más célebre thriller medieval de la historia, El nombre de la rosa (1980), quien en cierto artículo publicado allá por 1990, argumentaba con relación al tema de la posteridad: “ Quienquiera, aun el adolescente quinceañero, que instile una poesía sobre los susurros del bosque, o que conserve hasta la muerte un diario, aunque nada más sea para anotar "hoy he ido al dentista", espera de los que vienen detrás en el tiempo que lo conserven como un tesoro”.   Sin embargo, alejándonos de los lugares comunes, es preciso decir que no necesariamente es el éxito, la permanencia o la sed de dinero lo que persiguen en primera instancia los narradores que con sus obras, sin importar la época, han sido el contrapeso del raquitismo intelectual y humanista que amenaza a las sociedades ávidas de iluminación, pero escasas de lectores. En Cartas a un joven novelista (1997), Ma

Decir Tapanco

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© G. Serrano. Era de mañana y yo salía de prisa, lo que significa salir sin fijarme, sin observar. Sin observar que el local estaba cerrado y que en la parte superior de la cortina metálica alguien había colocado un letrero, un aviso a la comunidad. Lo noté hasta que aquella señora frenó mi apresurado paso para preguntar por qué razón la carnicería no se encontraba abierta como cada mañana, como siempre. “No alcanzo a leer”, me indicó, y su escasa visión hizo que yo tomara consciencia de mi tremenda miopía, digamos, comunitaria. Ella, que sí sabía lo que yo ignoraba, al notar la ligereza en mi mirada y como intentando justificar su particular zozobra, agregó: “Es que conozco al dueño desde hace muchos años y me extraña que esté cerrada su tienda”.  Después de este mínimo diálogo, en apariencia trivial o insignificante, fue imposible que continuara mi camino con la misma celeridad y ritmo de un maratonista que ansía llegar a la meta. Mi meta, que tan claramente divisaba