Tribulete 21

[Piensa global, actúa local]


© Gloria Serrano


Fue el martes 11 de abril, por la tarde. Ese día, desde temprano, noté las frases en color rosa que aparecieron pintadas en las paredes de distintos establecimientos: en el bar de sushi que apenas abrió, en el bar de tapas veganas que abrió hace unos meses, en el apretujado bar de siempre, en el mercado San Fernando, junto al callejón:

“Ella no está sola”, “Si tocan a una, respondemos todas”.

© Gloria Serrano


Al mediodía bajé para hacer un par de fotos. Supe, después, que sería una concentración para evidenciar la violencia machista. Pero no en general, sino la violencia machista en Lavapiés, en este barrio que siento tan mío sin tener siquiera un metro cuadrado, el barrio que camino todos los días con el mismo orgullo de Arturo Barea cuando, en La forja de un rebelde, explica de dónde viene el resonar de «el Avapiés» en su vida. O que Gloria Fuertes al decir “cambio Quinta Avenida por calle Tribulete”. 

Me enteré porque en la parada de autobús, leí este aviso:

CONCENTRACIÓN – 11 DE ABRIL,
19:30h. EN LA PLAZA DE LAVAPIÉS

Las vecinas de Lavapiés estamos dolidas y cabreadas porque la pasada noche del 8 de abril hubo un intento de asesinato machista en nuestro barrio.

El agresor tenía una orden de alejamiento que no ha servido para proteger a nuestra vecina. Las instituciones públicas no dan respuesta suficiente a las amenazas de la violencia machista.
Cierta complicidad social ha permitido que esta orden se rompiese.

Pero nuestra vecina no está sola.

Somos muchas en el barrio las que estamos en alerta y la apoyamos. Seguimos organizándonos, visibilizando el machismo y respondiendo juntas.

No vamos a callarnos.
Tu silencio es complicidad, grita con nosotras.

SI TOCAN A UNA, RESPONDEMOS TODAS. 

© Gloria Serrano

¿Casualidad, sincronicidad, reiteración del problema? Mientras ellas exigían a las autoridades una respuesta contundente, yo conversaba por teléfono con una amiga, una periodista mexicana, sobre ciertos casos  ̶ otros, los mismos ̶  de violencia hacia las mujeres en el estado de Yucatán. Entonces, como un cristal roto, las voces de todas ocuparon la calle Tribulete y llegaron hasta mi ventana, en un segundo piso, para cimbrarme como cimbra el trueno a la tierra en las noches de tormenta: rápido, con fuerza, en segundos. 

Permanecí quieta, observando esa descarga eléctrica de color púrpura. Se veían hermosas. Como una jauría humana. Acosando al zorro o al jabalí que apuñaló a su ex pareja. Como una procesión. Con fe en la potencia del grito unánime y voluntario, con la creencia abandonada, confiada en el rostro resuelto de la que viene a lado. Como mujeres  ̶ negras, blancas, jóvenes, ancianas, de Madrid, extranjeras ̶  que asumen su tiempo y toman la bandera que antes izaron Clara Campoamor, Emilia Pardo Bazán o Concepción Arenal. La bandera que sigue empuñando Soledad Gallego-Díaz, o Ana Pardo de Vera, o María Fernanda Ampuero a través del periodismo. ¡Y tantas otras! Isabel Muntané, Olga Rodríguez, la Barbijaputa…

“Si tocan a una respondemos todas”
“Vecina, escucha, estamos en la lucha”
“Nuestra vecina, no está sola”





¿Nuestra vecina? ¿Quién? ¿Dónde? A veces, con tantas cifras olvidamos que detrás de ellas se ocultan un par de ojos, una sonrisa, el cabello rizado o liso de un ser humano único con una historia irrepetible. A veces la violencia se normaliza y hace menos ruido que nuestros pies descalzos sobre el tapete afelpado al salir de la ducha. Así que hay que entrenarse y estar presto para ver lo que los demás no ven, para escuchar lo que casi nadie escucha. Habrán de saber que este barrio se levanta y yo con él, con ellas, y también con quienes ante la gentrificación se sienten expulsados, en peligro de extinción y se preguntan “Lavapiés ¿dónde vas?”, por tres razones:

Porque aquello que uno ama, se cuida y se defiende. Porque, como Arturo Barea, en Lavapiés “aprendí todo lo que sé, lo bueno y lo malo. A rezar a Dios y a maldecirle. A odiar y a querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal y como es. Y a sentir el ansia infinita de subir y ayudar a subir a todos el escalón de más arriba”. Esta es la segunda razón. La tercera es que vivo (y duermo, y escribo, y como) en el mismo edificio donde un hombre intentó asesinar a una mujer. En Tribulete 21. Pero esta razón, como la de Barea, es mía.

Artículo publicado originalmente en Zero Grados

© Gloria Serrano

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