Javier Valdez: teclear y otros verbos periodísticos


© Gloria Serrano.


Escribió Juan Vicente Piqueras: “Lo último que se pierde son los verbos, / los verbos que se mueven en la sangre / como peces hasta que acaba el mundo, / hasta que ya no puede el cuerpo con su alma”. Escribió, también, que la muerte comienza su labor minuciosa borrando los nombres, los sustantivos. Entonces la manzana deja de ser manzana y “la palabra dolor, quién nos lo hubiera dicho, no significa nada”. 

Teclear es verbo, una acción que Javier Valdez Cárdenas continuó hasta el último de sus días, hasta que fue asesinado el 15 de mayo en la ciudad de Culiacán, Sinaloa. El periodista mexicano es uno de los 126 a quienes el crimen organizado ha privado de la vida en lo que va del milenio, precisamente por negarse a que el olvido se llevara los nombres de 186 mil muertos y casi 30 mil desaparecidos desde que comenzó esta atrocidad, en 2006: son las víctimas de la llamada guerra contra el narcotráfico en México —o como sugieren algunos, de la colombianización del país—.


Los periodistas Patricia Godoy, Luis G. Hernández, Eileen Truax, John Gibler y Lolita Bosch
en la librería Altaïr, en Barcelona, España. © G. Serrano.

No resignarse, denunciar, nombrar, hacer memoria, son los verbos que los periodistas John Gibler, Patricia Godoy, Luis G. Hernández, Eileen Truax y Lolita Bosch utilizaron la tarde del viernes 2 de junio para relatar la impunidad con la que en México se ejerce la violencia. La Librería Altaïr, en Barcelona, fue la sede de un encuentro bifronte: entristecido y esperanzador, lacerante a la vez que indispensable. Gibler leyó el prólogo de Narcoperiodismo, el libro donde Javier Valdez nos recuerda que los reporteros —además de cámara y libreta— tienen hijos; que reportean en el abismo y al escribir siempre aparece la palabra miedo frente al ordenador. 

“¿Para qué escribir? ¿Para qué arriesgarse? ¿Para qué tomar la foto incómoda?” — se preguntaba Valdez. 

Entre lágrimas, Bosch leyó fragmentos de la entrevista a Valdez que forma parte de su libro 45 voces contra la barbarie: 

“Ahorita la calle es de ellos y nosotros nos metimos a nuestras casas con el culo en la mano” — le explicaba sin evitar cuestionarse dónde está el compromiso de los intelectuales y de la población en general. Él tenía de antemano la respuesta: los mexicanos somos hijos del sistema, esa es la raíz de nuestra permisividad y necedad pavorosas de vivir al margen de la ley, pero siempre anhelando la justicia. Y es que Valdez, más que buen periodista o buena persona —ni duda que lo era— fue un hombre que llegó hasta la médula de la violencia y, en consecuencia, un visionario. Quizás, la preferible de sus cualidades en estas circunstancias, con la que pudo encontrar el rasgo definitorio dentro de la aparente uniformidad del mal.

Por eso creía que “necesitamos una gran sacudida” y que “los cambios deben venir de abajo. Necesitamos hacer otro país, otra política”. Y, por qué no, otro periodismo. 

Para fortuna nuestra, cuando el sentimiento es tanto que no cabe en ninguna palabra, tenemos otros recursos para expresarnos, como los aplausos de los asistentes que se extendieron detrás de cada intervención. En la suya, Truax recordó la última ocasión que se reunió con Valdez, hace dos años en la Feria del Libro de Los Ángeles, en California. “En México todavía hay periodistas sensibles que no se han vuelto cínicos, como las autoridades. Días antes de su muerte, Javier me compartió la fotografía de su nieto acompañada de una frase: la esperanza” —nos dijo.

© Gloria Serrano.

Por supuesto que duele la pérdida, el hueco del ser humano irrepetible, pero el desamparo es compartido. Así lo expresó Godoy, haciendo hincapié en que detrás del rostro de Valdez están los de colaboradores en medios locales y periodistas independientes, es decir, quienes dignifican la profesión bajo las peores condiciones de trabajo, con salarios de miseria y sin las medidas mínimas que garanticen su seguridad. Este es —resaltó— nuestro homenaje a ellos, a quienes están fuera de los reflectores, pero son quienes alumbran a la sociedad. 

Hernández aprovechó el espacio para hacer lo que tanta falta hace: visibilizar una problemática ya inclasificable. Uno por uno, mencionó los nombres de las y los periodistas asesinados en una patria que demasiado pronto se acostumbró a sufrir en callado y donde —cada vez— resulta más difícil distinguir a los buenos de los malos. 

De acuerdo con información de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), las cinco entidades que concentran el mayor número de homicidios son Veracruz, Oaxaca, Chihuahua, Tamaulipas y Guerrero. Reporteros Sin Fronteras y el Comité de Protección de Periodistas (CPJ) señalan que en 2016 México fue el tercer país con el número más elevado de muertes de periodistas en el mundo, rebasado únicamente por Siria y Afganistán. Artículo 19 ha denunciado que en los últimos diez años más de la mitad de las amenazas a periodistas proviene de servidores públicos. Y Amnistía Internacional lo que denomina “la alarmante situación de la libertad de expresión en el país”.

¿Qué hacer, entonces, cuando la ruta se avizora intransitable y sombría? Gibler hizo lo único posible, dilatar la permanencia de su colega entre nosotros. Para ello, presentó el trabajo de investigación que realizó en 2011 siguiendo los pasos de Ríodoce: una reivindicación, un riesgo permanente, “el esfuerzo de unos pinchis orates”, la terquedad de soñar y, también, el semanario fundado por Ismael Bojorquez, Alejandro Sicairos y Javier Valdez. 

Las luces se apagaron y sobre la pantalla aparecieron las primeras imágenes del reportero que escribía tan aplastante de la realidad, como Stephen King de la ficción. A Valdez le dispararon doce veces. Sus asesinos silenciaron una voz esencial para poner en contexto la problemática mexicana, sin embargo, olvidaron que —bien empleada— la pluma del periodista igual es un arma de alto calibre que ametralla consciencia y, vaya, nos despierta.

© Gloria Serrano.

Al terminar la proyección, la desazón, el asombro incrustados en el pecho —y en las miradas y en los gestos— ocuparon cada rincón del Fòrum de la librería Altaïr. En el acto, con cara de dolor por la pérdida de Javier Valdez, estuvieron presentes, entre otros, los poetas infrarealistas mexicanos de paso por la capital catalana (José Peguero, Rubén Medina, Bruno Montané y Piel Divina), los activistas mexicanos de la Taula per Mèxic, parte del equipo periodístico de la publicación El Barrio Antiguo de Monterrey, y el joven escritor sinaloense Mario Hinojos, entre más de un centenar largo de asistentes. Altaïr fue en Barcelona la caja de resonancia de ese encuentro y homenaje que, además, tuvo como propósito hacer un llamado a la comunidad internacional para manifestarse ante la gravedad de lo que está ocurriendo; sí, así… en gerundio. 

© Gloria Serrano.

Hoy, cuando en todas partes los medios de comunicación se enfrentan al escepticismo de los ciudadanos, cuando Internet se ha vuelto el lugar por excelencia para difundir noticias falsas, para desinformar; cuando el derecho de cualquiera a opinar se confunde con lo que antes era un oficio basado en hechos e investigación, cuando las muertes en Kabul, Londres o México han dejado de ensordecernos y cuando a todo lo anterior se suma la imposibilidad de comunicar por temor a ser asesinado, para hallar algo de certidumbre no queda más que ceñirse a la gran máxima que este modesto culichi convirtió en el centro de sus acciones, que derivó en una disciplina casi espiritual; llámenlo obstinación o resistencia de Quijote, pero siempre una enseñanza de vida:

«Podrán decir que me equivoqué, que lo hice bien o mal, pero no me hice pendejo siendo periodista».

Cumplir consigo mismo, caminar las historias sin traicionarse. Otros verbos periodísticos que Javier Valdez supo conjugar.


Artículo publicado originalmente en


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