México y la violencia contra periodistas

Entre el aplauso y la amenaza:
Una crónica del periodismo en México

Rueda de prensa APM, 2017 © Gloria Serrano

“Son tantos que cuando aparecen los nuevos ni nos damos cuenta, 
aunque los estamos haciendo / mirando frente a un espejo”. 
Roberto Bolaño


(I)

A veces todo el latir de nuestras vidas se condensa en una fecha decisiva, en un día —o ni eso— en instantes tan breves como los que tarda un semáforo en pasar de la luz roja a la verde. Es aquella fiesta de cumpleaños en que algo distinto sucedió o cierta conversación en Nochebuena o un martes cualquiera que dejó de serlo. Hablé con una mujer para quien la medida de su existencia son las fechas. Me dice: “Llegamos a Xalapa en 1985”, “El 7 de junio de 2013 me asaltaron”, “El 3 de agosto próximo serán cinco años sin mi hijo”, “Un año y cuatro meses antes de la desaparición de mi hijo, murió mi esposo”. 

Pareciera que una parte del momento se queda con nosotros si recordamos la fecha. Pareciera que, si conservamos la fecha, no le somos infieles al recuerdo entero. Esta mujer es una entre los cientos de mujeres —o más— que buscan a sus familiares desaparecidos en México como consecuencia de la violencia desatada en la última década por la supuesta guerra del gobierno contra el narcotráfico. Pero no es la única que detuvo su reloj y el correr del calendario en una fecha decisiva, en un día —o ni eso— en instantes tan breves como los que tarda un ser humano en disparar doce veces a otro ser humano. 

La vida de Griselda Triana en Culiacán, Sinaloa, también quedó suspendida cuando asesinaron a su esposo, al periodista Javier Valdez, el pasado 15 de mayo. Desde entonces “todo es muy complicado” —dice— incluso venir a la capital española y presentarse en la rueda de prensa organizada por la Asociación de Prensa de Madrid (APM) para hablar del día a día del padre de sus hijos —de Tania y de Francisco— inmerso en un oficio que ha perdido 127 voces desde el 2000, siete tan solo este año; es decir, un periodista asesinado cada mes.

Le apuntan los lentes de las cuatro o cinco cámaras de video que los medios de comunicación han colocado frente a ella. Le apuntan los micrófonos, las grabadoras y nuestras miradas a la expectativa de lo que tiene por decir una mujer que en ningún momento se quiebra; apesadumbrada por el dolor, pero orgullosa de saber quién era ese periodista culichi que sentía una particular fascinación por la vida en las calles, que “odiaba los papeles y los números” y que, como sus compañeros, “no quería especializarse en narcotráfico, solo quería hacer periodismo”. 

A nombre de “toda la familia que integra el semanario Ríodoce”, hogar periodístico de Valdez, Griselda agradece la invitación y explica que la violencia se ha extendido y profundizado en todo el país, que incide en todos los ámbitos al amparo de un gobierno cómplice. “¿Qué gobierno?”, se pregunta teniendo entre sus labios la respuesta: “Todos”. Dice que el crimen creció exponencialmente cuando Vicente Fox era presidente de la República. Y con Felipe Calderón la violencia. Y lo que ahora vemos con Enrique Peña Nieto es eso, más de lo mismo: más crímenes y más violencia. Así, el contexto en que se hace periodismo en México lo sintetiza en dos sustantivos: horror e impunidad.

©  2017 Gloria Serrano

(II)

Las cifras son odiosas, porque en su afán de documentar el hecho, de contabilizar las pérdidas y dar peso o gravedad a cada una, lo que ocurre es que terminan por convertir el dolor en un costal que, visto por encima, no es posible concebir la tragedia que acumula en su interior. Pero, los datos duros son útiles si nos permiten comprender cuántas Griseldas viven en el tercer país más peligroso para ejercer el periodismo en 2016, solo por debajo de Siria y Afganistán, de acuerdo con información de Reporteros Sin Fronteras y el Comité de Protección de Periodistas (CPJ). 

Decíamos que —si atendemos al reporte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDG)— son 127 periodistas asesinados desde 2000. Y 20 casos de desaparición forzada desde 2005. Y 51 ataques a medios de comunicación desde 2006. Y 604 casos en la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Contra la Libertad de Expresión, de los que solo el 5 por ciento ha derivado en sentencias condenatorias. Artículo 19 ha denunciado que en los últimos diez años más de la mitad de las amenazas a periodistas proviene de servidores públicos. Y Amnistía Internacional lo que denomina “la alarmante situación de la libertad de expresión en el país”.

Los números de la corrupción: 11 ex gobernadores mexicanos que han sido investigados, acusados o detenidos en los últimos cuatro años por desviar al menos 13 mil 400 millones de dólares de fondos públicos, según cálculos de la Auditoría Superior de la Federación. Lo más reciente: la investigación, recogida por el diario The New York Times, que demuestra el uso de malware altamente sofisticado y comercializado exclusivamente a gobiernos, con el objetivo de espiar los teléfonos móviles de defensores de derechos humanos, periodistas y activistas anticorrupción.

“Anestesiada, desgarrada, más que una pesadilla”, es la manera en que Griselda describe su sentir después de quedarse sin el hombre que la acompañó durante veintiséis años, a quien conocía desde hace treinta, el periodista que antes fue líder estudiantil y tenía una columna titulada “Con sabor a asfalto”. El fundador de Ríodoce, que apenas cumplió 14 años de publicarse. El reportero que no contaba muertos, sino historias de vida en un lugar donde “el narco está metido en todo”. El padre de Tania y de Francisco. 

¿Cuántos padres más? ¿Cuántos hijos más? ¿Cuántas viudas más? Este no es un problema gremial o sectorial. El recuento oficial es de 186 mil muertos y casi 30 mil desaparecidos en una década. En 2017 son, por ejemplo, 117 feminicidios en el Estado de México, denunciados por el Observatorio Ciudadano contra la Violencia de Género, Desaparición y Feminicidio. Y 57 en Puebla, documentados por medios de comunicación y diversas organizaciones. Con seguridad, cuando se topen con este texto —si en la lectura han llegado hasta este párrafo— estas cantidades serán tan obsoletas como una máquina de escribir. 

En el informe presentado en marzo de este año, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) señaló que México atraviesa por una crisis “extremadamente grave” de derechos humanos. ¿De qué estamos hablando? De desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales y tortura. De 43 estudiantes normalistas que nadie sabe —desde el 26 de septiembre de 2014— dónde demonios están.

“Extremadamente grave”, “alarmante situación”. En ocasiones las palabras no alcanzan o se gastan de tanto usarlas. Por eso es necesario mirar, prestar atención a las personas y a sus gestos para comprender lo incomprensible.

Griselda es contundente y no deposita en las autoridades toda la carga del problema: “Los periodistas y el periodismo independiente son frágiles cuando la sociedad no los apoya”, comenta y luego se cuestiona —o nos cuestiona—: “¿Es delito visibilizar la tragedia de la violencia en México? ¿Es delito llamar a no ceder las calles y recuperar nuestros espacios de convivencia? ¿Es delito exigir a los sectores de la sociedad no ser tan apáticos y salir a manifestarse en vez de guardar silencio? ¿Es delito haber expuesto la situación actual del periodismo en México? ¿Es delito decir la verdad?”.

Nunca he visto 186 mil personas muertas, es un volumen que mi cabeza no alcanza a dimensionar. Solo les diré, en un intento por entender, que en Guatemala hubo 200 mil ejecuciones en 36 años de conflicto, dicho por la asociación Recuperación de la Memoria Histórica. La Comisión de La Verdad de El Salvador, dice que fueron 75 mil muertos en 12 años de enfrentamiento. Y el Ministerio de Justicia y del Derecho en Colombia, que ocurrieron 200 mil homicidios en 52 años. Aquí, en España, fueron más de 800 los asesinatos cometidos por ETA de 1960 a 2011. Y las víctimas oficiales de violencia machista ascienden a 34, en 2017. Comparen cálculos.

En México, en junio de 2012, se publicó la Ley para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas que reconoce la obligación del Estado mexicano de asegurar la integridad de toda persona defensora de los derechos humanos. Pero, como ya ven, es letra muerta, demagogia que hace a la delincuencia lo que el viento a Benito Juárez: nada.



Sin embargo, a 9, 063 kilómetros de distancia, al interior del número 7 de la calle Juan Bravo, en esta biblioteca sigilosa y elegante de luz tenue que se filtra por la ventana, con esta mesa rectangular de madera fina barnizada, rodeada de sillas con forros de terciopelo rojo, quizás el respaldo de Victoria Prego, presidenta de la APM, y de Nemesio Rodríguez, vicepresidente, hagan que la voz entrecortada de Griselda sí surta efecto en los oídos no ensordecidos por el ruido que —del otro lado del Atlántico— hacen tantos muertos y desaparecidos:

“Ayer en México se conmemoró el Día del Padre y mis hijos ya no pudieron levantarse a cantarle Las mañanitas e invitarlo a desayunar. (…) El gremio perdió a un colega que siempre alzó la voz, no solo por los personajes de sus historias, sino por cada periodista que hace su trabajo, como decía él, en un suelo de muchos filos, de arenas movedizas…”.

Lo dice claro y breve, sin dudar. Griselda habla consciente de que tiene una oportunidad para expresarse no solo en nombre de los suyos, sino de aquellos que no tienen modo de hacerlo, como es el caso de los periodistas que laboran en provincia: 

“En Culiacán, en Sinaloa y creo que en México en general, a la sociedad le importa poco que maten a un periodista. Por eso creo que la presión de los medios y de distintas organizaciones internacionales es muy importante para que le hagan ver a la población y al gobierno mexicano que matar a un periodista es acabar con el derecho que tenemos a estar informados. Que no es un periodista más, es la sociedad herida en la muerte de cada periodista”.

La violación sistemática a la libertad de expresión no es cosa reciente, pero tuvimos que llegar al asesinato de Javier Valdez para que el 19 de mayo hubiera una concentración frente a la Embajada de México en Madrid y Soledad Gallego-Díaz, Rosa Montero, Cristina Fallarás, Víctor Sampedro y Miguel Mora evidenciaran a un gobierno, digamos, más que omiso. Para que el 20 de mayo, en la librería Contrabandos de Lavapiés, el periodista estadounidense John Gibler detallara qué implica hacer reporteo en tierra de narcos. Para que el 2 de junio, los periodistas mexicanos Paty Godoy, Lolita Bosch, Eileen Truax y Luis Guillermo Hernández —por iniciativa de Gibler— acudieran a la Librería Altaïr, en Barcelona, para honrar a su colega y ofrecer un testimonio consistente del periodismo que se ejerce en “un país que mata a sus jóvenes, donde el gobierno destruye el futuro”, dicho por Valdez. 

Para que el 15 de junio Kate Doyle, del National Security Archive; Ricardo Sandoval Palos, del Fund for Investigative Journalism; Susan Ferriss, del Center for Public Integrity, y Tim Weiner, escritor y periodista, llamaran a una acción global usando las etiquetas (hashtags) #NuestraVozEsNuestraFuerza y #OurVoiceIsOurStrength en defensa del legítimo derecho a informar o, como decía Valdez, “a buscar un trozo de la verdad”. Y para que tres días después, el 19 de junio, Griselda Triana hiciera de la vulnerabilidad una fuente de potencia para llegar hasta la sede de la APM y responder, una a una, las preguntas de los reporteros:

— ¿La muerte de Javier marca un punto de inflexión en México? ¿Internacionalmente se va a visibilizar lo que está ocurriendo?

— Javier Valdez representa un antes y un después. El después les corresponde a los que se quedan, que son ustedes. (…) Todos nos quedamos con la encomienda de exigir que haya garantías para ejercer el periodismo valiente, crítico, responsable”.

Griselda Triana, viuda de Javier Valdez. ©  2017 Gloria Serrano

(III)

En Madrid es verano, pero hoy hace frío. Camino por la calle Fuencarral y después por la Gran Vía, entre el gentío que está de compras, que se alista para la celebración mundial del Orgullo LGBT, que viene de turista. Es un día ventoso y medio nublado en que el azul del cielo, el gris del asfalto, el verde de los árboles y el arcoíris emblema de la diversidad, los miro resaltados, como con un filtro radiante que me sobrecoge al recordar la entrevista con Griselda, pensando también en mi país y en los rostros de los que quiero y no encuentro en esta masa humana movediza que se aglomera frente al Primark. 

Demasiado vacío en la profusión. Así debe sentirse Griselda sin Javier: las condiciones naturales de luz modificadas por una fecha decisiva, por un día —o ni eso— por instantes tan breves como los que duró nuestra conversación a puerta cerrada en otro de los salones de la APM. ¿Qué preguntarle a una mujer de ojos tristes y sonrisa de ternura que en acciones como esta busca motivos para vivir? ¿Qué preguntarle después de que habló con una docena de periodistas, entre ellos uno que le pregunta lo más evidente, si algo se le rompió?

— ¿Y las otras víctimas? En este caso, ¿qué pasa con mis hijos, con sus padres, con sus hermanos, conmigo? Estos días he recordado que Javier no solo narraba las historias de los desaparecidos o asesinados, sino también de los que se quedan y de la noche a la mañana cambia su vida. Ahora me veo sola, con un perro y tres escoltas. ¿Quién va a escribir nuestra historia?

Nacho Vegas compuso Ciudad Vampira, una canción que dedica a los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala y en la que dibuja “la ciudad más triste que jamás una mente triste pudo imaginar”. En México podrían ser tantas: Ciudad Juárez, Torreón, San Fernando. Podría ser Culiacán, donde “el 90 por ciento de la información no se publica por cuestiones de seguridad, así que solo se administra. Donde nadie tiene salvación”, decía Valdez. 

— Sigue la exigencia de esclarecer el asesinato de Javier. Todo apunta a que va para largo plazo y, mientras tanto, necesitamos reacomodarnos en nuestra nueva realidad. Son días grises, oscuros, llenos de nubarrones. Mis hijos y yo lloramos mucho, tenemos el acuerdo de llorar y acompañarnos para sanar un poco. Nos decimos que nos amamos y que estamos los unos para los otros. 

Pero la tristeza de Griselda no es una que la lleve al inmobiliario o a la depresión, sino a reclamar justicia. Es una desdicha activa, con la que también expande las enseñanzas del periodista que tecleaba para no rendirse: 

— Javier era muy sensible, un gran lector, leía y escribía poesía. La música siempre fue importante para él. Contaba con muchos elementos para dar con la palabra precisa. Pero no solo se entregaba a teclear, era una persona que sabía abrazar, cobijar a la gente. Era alguien muy fácil de querer… El 14 de abril cumplió 50 años y compró dos camisetas con la leyenda “La vida comienza a los cincuenta”.


78 Entrega de los Premios APM. 2017 © Gloria Serrano

Al día siguiente de esta rueda, Griselda acudió a la entrega 78 de los Premios APM de Periodismo, evento en el que recibió, a título póstumo, la Placa de Honor en reconocimiento al “extraordinario compromiso de Valdez con el periodismo y, en su memoria, el de los periodistas mexicanos que, a riesgo de sus vidas, vienen ejerciendo con rigor y honestidad este oficio”. Ahí, Juan Cruz —otro homenajeado— dijo que: “Un periodista asesinado es todos los periodistas asesinados, en cualquier parte del mundo”. 

Ahí, cada uno de los premiados incluyó en su mensaje una frase de gratitud para Valdez y otra de aliento para ella, para una mujer que se mantuvo firme como estaca, escuchando los aplausos tupidos de los asistentes, todos de pie, para un hombre que se negó a la mordaza y —en el centro de la catástrofe, pero desde los márgenes mediáticos, desgastando las suelas de los zapatos— puso en alto una ocupación indispensable que en México está en peligro real de naufragar, de morir si no seguimos insistiendo. 

Digámoslo fuerte: ¡Basta de impunidad! ¡No al silencio!


Artículo originalmente publicado en
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