2018: Caminatas por un mundo ignoto

Madrid 2018 © G. Serrano


"El flâneur es parte de la multitud pero se distancia de ella; disfruta del espectáculo de la ciudad y es crítico con él; observa lo que sucede a su alrededor pero también vuelca su mirada sobre sí mismo; acepta y al mismo tiempo se rebela ante el hecho de que su subjetividad está constituida por una vida urbana con la que tiene una relación compleja". Patricio Pron.

Saben, me gusta leer. En la revista Anfibia leí un ensayo sobre la protesta social en Argentina del que extraje estas líneas para tenerlas cerca, o recuperarlas si es que las olvido:

Como dice Maurice Merleau-Ponty en Humanismo y Terror: “La historia tiene una especie de maleficio: solicita a los hombres, los tienta, ellos creen marchar en el sentido que ella marcha, y de pronto se les oculta, el acontecimiento cambia, demuestra con hechos que era posible otra cosa.” 

Siempre es posible otra cosa. Como el cronista Alberto Salcedo Ramos, también me gusta caminar. Caminar y observar alrededor y, mientras observo, pensar cosas —o las posibles otras cosas de las que habla Merleau-Ponty—. Caminar, caminar, caminar. Observar, pensar. Seguir caminando. Buscar el indicio de un aprendizaje mayor.

(Es prestar atención a los latidos del momento. Es el periodismo como asombro, como descubrimiento de una escena reveladora que permanecía invisible u oculta en el mercantilismo de una calle, que parecía pequeña o aislada y, después, comunicarla, convertir la lección en palabras).

Ayer vi a un hombre que entraba en una tienda de chinos vestido como Johnny Depp en Piratas del Caribe (Estados Unidos, 2003). Vi a una niña —de seis o de siete— con los rizos pelirrojos perfectos para protagonizar a Annie —a mi Annie— si se hiciera un remake de la película de los ochentas. Vi la Superluna del 2 de enero.

Delante de mí vi a un joven con una cicatriz en la nuca que caminaba con dificultad, dando pasitos, que tenía engarrotados el pulgar y el índice de la mano izquierda, que se esforzaba para hablarle a su acompañante y darse a entender, balbuceando. El suyo, era el ejemplo perfecto del cuerpo como un obstáculo para comunicarse con otro ser humano. 

Entonces tuve un pensamiento bastante obvio sobre una diferencia simple, pero sustancial: que yo sí puedo hablar y pronunciar palabras. Pronunciar los nombres de las calles —Sombrerete, Recoletos, Pelayo—. Más todavía, decir "gracias". Decir "lo siento". Exigir "Ni una menos". Afirmar que "Ningún ser humano es ilegal". Y escribir una nota a mano con bolígrafo o teclear un correo en la computadora o redactar un mensaje desde mi teléfono móvil. Y correr para subir al metro y caminar de prisa por cualquier avenida y brincar un charco y tomar el paraguas y el bolso al mismo tiempo. 

Y más todavía, tratar de entender los signos desperdigados de la vida —del presente, de lo cotidiano, del estar y suceder aquí, ahora—. Entender, por ejemplo, esto que escribió Tennyson: 

"Formo parte de todo lo que he visto y, sin embargo, toda experiencia es un arco a través del cual se vislumbra un mundo ignoto cuyo horizonte huye una y otra vez cuando avanzo". 

Nada vive separado del resto. Somos seres vinculados, una continuidad, ramificaciones. Para romper maleficios, para perseguir el horizonte; es decir, la experiencia, sigamos avanzando... sigamos insistiendo.


Posdata: Visita la sección de fotografía “Saber Mirar”.

El periodismo como una curaduría de contenidos en la red. Lecturas que recomiendo leer:

1. Reseña de "Nueva ilustración radical (Marina Garcés) 
2. Cuando se ejerce la libertad de expresión siempre se ofende a alguien.
3. Resistencia
4. Si tienes el tiempo suficiente
5. De la necesidad del tiempo improductivo

Este blog se nutre con tus reflexiones. No olvides dejar un comentario:


También nos leemos en El arte de caminar, monográfico en papel de Altaïr magazine.

Caminar o entrenarse en el oficio de vivir. Texto dentro del monográfico en papel El arte de caminar de Altaïr magazine
Fotografía © G. Serrano

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